Hola a todos:
Mañana será publicada la segunda novela en mi serie juvenil Asuntos angélicos 2. Dimensiones de Greg. Y se me ocurrió que para recordároslo, le dedicaría un post individual.
Primero quería compartir un video que preparé, que aunque lo incluí en un post la semana pasada, como estaba al final de todo, creo que pasó desapercibido. Así que hoy lo pongo al principio.
Un fragmento de la novela:
El viernes me pareció ver a un tipo al que no había visto nunca antes, de pie delante de mi casa. Cuando salí echó a andar hacia mí, o eso me pareció, pero Seth pasó en coche y se ofreció a llevarme y yo accedí. Cuando volví a ver al mismo tío esperando a cierta distancia cuando Sylvia, Lorna y yo salimos de la escuela, no supe qué pensar. Creí que desaparecería durante el rato que íbamos a pasar en la biblioteca. Y no le vi cuando salimos de allí o de camino a la parada de autobús. Pero tan pronto como arrancó el autobús, le vi de pie en la acera al otro lado de la calle.
El tío aquel me estaba empezando a asustar. No se lo había contado a Lorna y Sylvia porque ¿qué podían hacer ellas de todas maneras? Sylvia empezaría a hablar de acoso, como siempre, y Lorna se preguntaría si era un buen candidato para una relación amorosa. Aunque, para ser justa con ella, de hecho no. Era alto, muy delgado, pálido, con pinta de Goth, con un vestuario nada impresionante… No, no era de los que Lorna consideraría un buen candidato a novio. Y por lo menos debía tener veinticinco años o más. ¿Por qué nos estaba siguiendo? O, mejor dicho, ¿por qué me estaba siguiendo a mí?
No es que me asuste fácilmente, en mi opinión, pero empecé a andar más deprisa. Estaba oscureciendo y aún me quedaba un trozo para llegar a mi casa, y aunque el vecindario era seguro… Él también aceleró. “No te asustes. ¡No te asustes!” me iba repitiendo mentalmente. No me funcionó demasiado bien. Estaba a punto de echar a correr cuando el tipo ese gritó:
—Pink… ¡Pink!
Vale, eso era raro. ¿Cómo narices sabía cómo me llamaba?
—Pink… —yo me había parado. Me alcanzó—. Soy yo. —Le miré. Yo…
—¿Quién eres exactamente?
—Me siguen gustando las trufas Lindt.
—¿G?
Él sonrió y asintió.
—Me pensaba que te habían hecho ir de vuelta… a casa. No me di cuenta de que simplemente te iban a dar otro cuerpo.
Se encogió de hombros.
—Yo tampoco. No, me han dado otra misión.
—Ya veo. ¿De nuevo aquí?
—No exactamente.
—¿Entonces dónde?
—Dallas.
—¿Cómo? Está lejos. ¿Tienes el día libre, o está tu protegido por aquí, o qué?
—¿Libre? No tenemos tiempo libre.
—Tenéis un contrato de mierda, entonces.
Él se rio y se encogió de hombros.
—No está tan mal considerando los tipos de contratos que mi jefe suele ofrecer —dijo. Ahora me tocó a mí sonreír.
—Así que, ¿qué haces por aquí?
—Quería ver cómo estabas.
No empecéis todos… “Oh, qué mono” porque estamos hablando de un demonio.
—Estoy bien. Gracias.
—Me alegro. ¿Se está cuidando bien de ti Dashiell?
—Podrías preguntárselo a él. Nunca he tenido muy claro que es lo que pensáis conseguir vosotros siguiéndome todo el rato. Me has dado tantas versiones distintas de la historia… Y Dashiell… Es mucho más estricto y dedicado exclusivamente a la misión de lo que lo eras tú.
Suspiró. Su nuevo cuerpo le daba un aspecto más vulnerable.
—Echo de menos estar conectado contigo.
Ahora estaba llevando las cosas demasiado lejos.
—Si haces memoria, la tal conexión se rompió hace tiempo. Debería irme. Se está haciendo tarde.
—Te acompaño a casa.
Me daba una sensación muy rara el tener a G andando a mi lado, pero sin parecerse para nada al que solía ser. Muy extraño.
—¿Cómo están Lorna y Sylvia?
—Bien. Bueno, más o menos. Lorna ha decidido que ha llegado la hora de encontrar a su hombre perfecto, y Sylvia decidió ir a por ello y diseñó un programa de ordenador para ayudarla. Y creó un perfil e incluso una especie de retrato digital. Y se parece algo a Dashiell, así que ahora Lorna cree que él podría ser su hombre perfecto. Y él no ha sido de gran ayuda.
—¿Qué ha hecho?
Le conté a G su idea de crear una tapadera para mantenerse en contacto conmigo haciendo que todas le ayudásemos en su proyecto.
—No deberían haberme apartado de tu caso —se quejó.
—Oh, estoy segura de que ella estará bien. Lorna es dura de pelar.
—¿Y Sylvia?
—No estoy tan segura sobre Sylvia. Se está comportando de forma rara últimamente. Nos dijo que puede que hubiera conocido a alguien pero no quiere contarnos ningún detalle. Y siempre parece estar distraída. Creo que algo se cuece, pero por algún motivo no quiere hablar de ello. Estoy preocupada, aunque normalmente suele tener los pies en tierra.
Él se acarició la barbilla, que en su cuerpo actual era muy prominente.
—Veré si puedo descubrir algo.
—Estoy segura de que debes estar ocupado con tu misión, sea lo que sea. No quiero que te metas en líos con tu jefe por no hacer tu trabajo y mezclarte en asuntos humanos.
Se encogió de hombros.
—A mi “jefe”, como insistes en llamarle, le gustan los líos. Le hacen superarse a sí mismo. Siempre consigue encontrarle un lado ventajoso a algo que a primera vista parece haber salido mal.
—Muy emprendedor. Suena a spin doctor.
—¡Desde luego!
Sonreí y le miré atentamente. Sí, daba una sensación muy rara, porque aunque, por supuesto, la voz tampoco era la suya, e incluso el acento era diferente —un deje sureño lento y pausado que el G de antes no tenía— a mí me seguía sonando como él. O quizás solo era mi mente gastándome una broma.
—Parece que tu misión no te tiene muy ocupado. Supongo que no puedo saber de qué va.
Él hizo una mueca. Le había tocado un punto sensible.
—Es un aburrimiento. Se supone que tengo que hacerle de niñera a un niño pequeño, tiene unos siete u ocho años, porque a uno de nuestros analistas se le ocurrió sugerir que tiene el potencial para convertirse en un tipo peligroso en el futuro, un líder letal y chiflado de las masas, o un supervillano, o un cerebro criminal… Algo así. Si te digo la verdad, hasta ahora es un niño la mar de aburrido, ni siquiera es particularmente malo o travieso. Quizás Sylvia debería venir a trabajar con nosotros. Sus programas puede que nos resultaran más útiles que nuestros métodos de investigación. Revisando historias, leyendas, libros antiguos, observando las estrellas… Supersticiones tontas si quieres mi opinión.
Me hizo reír.
—Nunca hubiese creído que eras un escéptico, cuando mostrabas tanta pasión por la profecía esa que tiene que ver conmigo.
—Bueno, es mejor no arriesgarse. Y es una profecía muy famosa y de buena reputación, no un puzle de unir los puntos.
Le miré intentando adivinar la verdad.
—Pero de todas formas no importa, porque en realidad no se refiere a mí. ¿No?
—Por supuesto.
¿Se sonrojó? A mí me lo pareció, pero no estaba segura de lo mucho que el cuerpo huésped mostraría las emociones reales del demonio. ¿Tenían emociones de verdad? Yo no le creía. Me preguntaba si volvería a creerle alguna vez.
—Por supuesto que confío en tu discreción con respecto a mi misión.
—De todas formas no conozco ningún detalle. Y no me veo yendo a matar al niño ese solo por si acaso.
—Te sorprenderías de lo que llegan a hacer algunas personas.
—¿Cómo te llamas ahora? —le pregunté.
—Peter Pratt. —No sé qué cara debí poner, porque añadió— Eh, no lo escogí yo.
—No me acostumbro a la pinta que tienes ahora.
Se miró de cabeza a pies.
—De nuevo, no lo escogí yo. Aunque supongo que los humanos tampoco escogen su aspecto, a menos que sean muy ricos con cirugía plástica y ese tipo de cosas, pero incluso con eso hay límites.
Me limité a asentir.
—Ya sé que me has dicho que no es como en las historias y las pinturas y todo eso, pero ¿qué aspecto tienes de verdad? No cuando adoptas un cuerpo humano sino…
—No tenemos cuernos, ni una cola y un tridente y no somos de color rojo. No tenemos un aspecto físico como lo entendéis vosotros. Somos una energía espiritual. Algo parecido al show de luces que usa Azrael. Aunque en su caso es una luz brillante. En el nuestro… es oscuridad, como si fuera un agujero negro. No es realmente un agujero negro pero sí una especie de vacío, como la ausencia de luz, por explicarlo de alguna manera.
Los dos nos quedamos callados. Estábamos muy cerca de mi calle. Se paró.
—Será mejor que me vaya ahora. Cuídate. Y no se lo digas a Dashiell. No es una visita oficial y no creo que le hiciese mucha gracia saber que he venido.
—Adiós.
Él me cogió la mano derecha entre sus dos manos, me dio un apretón y se fue. Había sido una visita muy rara. Y sospechaba que no sería la última.
Antes de que se me olviden, los enlaces al libro:
Amazon:
Apple:
Kobo:
Nook:
Y, como sé que os gustan, os dejo un video, probablemente la canción más famosa que habla de ángeles en los últimos años.
Gracias a todos por leer, ver y oír, y ya sabéis, si os ha interesado, dadle al me gusta, comentad, compartid, y haced CLIC!